miércoles, 30 de septiembre de 2009

Una Leda limeña


A la señorita D.ª Enriqueta Eléspuru

de Clemente Althaus
Bien parece que, al crearte,
no te dio la suma diestra

tan celestial hermosura

y gracia tan halagüeña,

sino por negarte dichas

y alegres horas serenas,
de éstas así descontando
lo que prodigó en aquéllas:

pero, ¿cuándo, dime, cuándo

no fue infeliz la belleza?

¿Cuándo no fueron las gracias
blanco de la suerte adversa?
Tu dulce hermana lo diga,
aquella Emilia hechicera
que en el abril de su vida

sepultó la oscura huesa.


Tú de tu clara familia,

de Lima ornato y presea,
tan bella cuanto infeliz,
tan infeliz cuanto buena,
la más desgraciada fuiste,

como fuiste la más bella,

pues era fuerza que iguales
desgracia y beldad midieras.


Sólo alumbraron tu llanto

las tristes nupciales teas,

y donde otras hallan dichas

tú sólo lutos y penas:

y por qu
e ni perdonados
tus mismos encantos fueran,
hoy abate tu hermosura

horrible extraña dolencia,

que de tus ojos divinos

los soles radiantes ciega

y el cuerpo airoso y flexible

a eterna calma condena.

¡Ay! ¡cuán otra mis recuerdos

te ven en mi edad primera,

cuando un ángel semejabas

recién bajado a la tierra

y rivales no oponía

a tus once primaveras

la patria ciudad que sólo

beldades por hijas cuenta!


¡Cuán otra te vi más tarde

en Nápoles y en Florencia

y en las tumultuosas calles
de la capital eterna;
cuando el altivo romano,
admirando a la extranjera,

su belleza anteponía

a la romana belleza,

y parándose a mirarte,
seguía con vista atenta,

hasta perderlo distante,
tu abierto coche que vuela!

Y al visitar a tu lado
las galerías soberbias
que, cual población marmórea,

millares de estatuas llenan,
con atónitas miradas,
te vi, divina Enriqueta,

competir en hermosura
con las hermosuras de ellas,
y parecer viva estatua
y animada efigie griega,

entre deidades de mármol

y entre mujeres de piedra.


De las tres ín
clitas Diosas
que al bello raptor de Elena
árbitro hicieron en Ida

de su insigne competencia,

te comparaban mis ojos

con las efigies perfectas,

y adunar te vi de todas
las perfecciones diversas:

que en la majestad a Juno,

en la pureza a Minerva,
y en la gracia te igualabas

a la dulce Citerea.

Doquier que fuiste, el Hispano,

el Anglo, el Francés, el Belga

en ti prefirió a las patrias
la rara beldad limeña:
coral que perlas abrían

era tu boca pequeña,
y tu frente y tus mejillas

rosas blancas y bermejas;

tus ojos resplandecían
cual las hermanas estrellas
de Géminis luminoso,
en luz y en beldad gemelas;
tu cuello hermoso y flexible

el ave envidiar pudiera

en cuyo disfraz fue Jove

furtivo esposo de Leda;
no hay flor que al beso del aura.
Con tanta gracia se meza,
cual tu talle se mecía

al mover tus blandas huellas;

y del castaño cabello

la derramada madeja
toda entera te envolvía,
como el manto de una reina.

¡Ay! que para mí ese tiempo
ni para ti feliz era,

aunque sus horas fugaces
el alma de menos echa;
porque siempre lo pasado

con deseo se recuerda,
aunque triste y doloroso
como lo presente fuera.


Cierto que más infelices

somos hoy, cara Enriqueta,

dando el hado inexorable

a más años más miserias.

Yo, en
ferma la débil carne
y el alma aún más enferma,
arrastro una triste vida
que larga muerte semeja;

y entre tantas desventuras
no es la que menos me aqueja
el que hoy viviente cadáver

mis tristes ojos te vean.

Mas tu mal no sobrepuja

de tu espíritu las fuerzas,
a padecer enseñado

desde juventud tan tierna:

y cual roble a quien no abate

el furor de la tormenta,

cuanto más aquél
se ensaña
crece más tu resistencia;
sin que arranquen tus dolores,
cuando más fieros arrecian,
ni una lágrima a tus ojos
ni a tus labios una queja.

A los más fuertes varones
tú, débil mujer enseñas
a sufrir, y de constancia
eres sublime maestra:

del propio mal olvidada,

ajenos malos consuelas;
y cuando oyes de los tuyos

los ayes y las querellas,
con relatos apacibles

con donaires los alegras,
y queja y llanto prohíbes
y regocijos ordenas:

siendo el último prodigio
de la humana fortaleza
que todos sientan tus males

y tú sola no los sientas.

Y yo aprender de tu ejemplo
tan alta virtud debiera,

mostrando menos al mundo

mis lágrimas y mis quejas,

y oponer a las desgracias
el broquel de la paciencia,
imitándote en sufrirlas,
pues te imito en padecerlas.


Eleanor Abbot

...............

Clemente Althaus Nació el 04 de octubre de 1835 en el seno de una familia peruana acomodada. Fue hijo de Clemente Althaus von Hessen, un militar alemán al servicio del Perú, a quien no pudo conocer porque murió cuando el poeta sólo tenía 4 meses de nacido. Su madre, María Manuela Flores del Campo, falleció también cuando contaba diez años. Acaso esta falta de vínculos familiares desequilibró algo su espíritu. Desde muy joven fue presa de la neurosis. Empezó a publicar en el diario El comercio de Lima. A manera de terapia, viajó por Europa entre 1855 y 1863 y tuvo oportunidad de recorrer Francia (1855-57), Inglaterra (1857), Italia, España, Alemania (1861 a 1862) y de nuevo Francia (de 1862-63). Italia lo impresionó fuertemente, en especial la poesía pesimista de Giacomo Leopardi. Visitó con devoción los museos y lugares históricos. El arte italiano inspiró también muchos de sus poemas. Se familiarizó con las letras clásicas y las corrientes literarias en boga, al punto de convertirse en uno de los escritores más cultos de su tiempo. Tradujo poemas clásicos y románticos italianos, en especial, Petrarca. Cuando regresó a Lima -en 1863- ocupó durante unos años un empleo en el Ministerio de Hacienda, pero renunció por considerar incompatibles las letras y los números. Pasó a ser censor de teatros y Profesor del Curso de Literatura. Publicó en Lima un grueso volumen de sus Obras poéticasPero nuevamente se sintió impelido a mitigar sus angustias en un viaje a Europa y llegó a París, probablemente en 1879. Manifestó nuevamente los síntomas de desequilibrio nervioso, que lo llevó al estado de locura que le acompañó en su muerte, en un manicomio parisino (1881). De su vida amorosa nada se conoce, presumiblemente, como buen romántico, amó a muchas y no se acercó a ninguna.

1 comentario:

  1. No me quería irme sin decir que es precioso el poema.

    Gracias.

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